El señor sacó del bolsillo el que debía ser su segundo caliqueño de la jornada, le mordió la punta, la escupió en la taza del chocolate, encendió el apestoso cigarro, y ahumó a la cara de Paco:
-Tiene su mandanga, vivir de la fantasía.
Conciliador, Paco trató de bromear:
-Hombre, vivir, sí… Pero mal.
-Ya. El hambre. Y eso, ¿qué mérito tiene? El que pasa hambre es porque quiere. En lugar de dedicarse a los ruiseñores, dedíquese a las gallinas, le pongo por ejemplo de animal práctico y productivo, y venda sus huevos. O cómaselos, si no ha nacido para el comercio. ¿Cómo cree que yo he llegado a ser el dueño de este hostal?
La lógica de aquel hombre, envuelta en las tufaradas del caliqueño, estaban mareando a Paco; la cosa se agravó con el sorbo de licor de hierbas que se tomó antes de intentar acertar:
-¿Con las gallinas?
-Trabajando.
Libros recomendados: "los ilusos" y "pobre, paralítico y muerto" (Rafael Azcona. ediciones viento)