Era uno de los últimos domingos de mayo, y las calles habían recibido, además de a las personas que las llenan habitualmente, a esas extrañas gentes que abandonan sus misteriosos hogares cuando el tiempo es bueno y el día es festivo. Niños tontos, ancianos centenarios, retrasados mentales, mujeres en el último y más patético mes de su embarazo.
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